Faltaban trece minutos para que llegara el tren por lo que optó por resguardarse del frío mañanero en la sala de espera de la estación. Allí empezó a sentir un poco de miedo, quizá se equivocaba con mandarlo todo a paseo, para colmo el día desanimaba aún más, las nubes negras iban abriéndose paso allá a lo lejos, pareciendo devorar los montes que tantas veces había contemplado desde la ventana de su ático.
Sacó un cigarro y salió al andén, su último cigarro. Mientras, el enorme reloj que colgaba de una de las paredes le recordaba que ya quedaba menos y ensimismado se paró frente a él. Observó cómo avanzaba el segundero... demasiado rápido pensó.
Era la hora.
A lo lejos empezó a oírse el traqueteo del tren, por lo que se apresuró a ir al comienzo del andén, debía de ser el primero...
Volvió a mirar sus montañas y con lágrimas en los ojos se despidió.
Se oyó un golpe seco, después algunos gritos y luego... no hubo un luego para quien dijo adiós.
Es tremendo, muy duro pero perfectamente lo que deben ser los últimos momentos de quienes optan por una decisión tan dura y tan desesperanzada. Porque hay que estar muy cansado para elegir un viaje nada placentero y sin billete de vuelta. Cada vez que leo una noticia de un suicidio en la prensa me entra una profunda congoja, pienso en esa persona que no encontró otra vía de escape, pienso en que quizá si alguien la hubiese escuchado un poquito...
ResponderEliminarBueno, no vamos a seguir con cosas tristes. Me ha gustado mucho, como todo lo tuyo, ya lo sabes.
Y no me digas lo de encanto porque me sonrojo mucho. Abrazos. ;)